yo, filósofo

La amargura y el café espeso es reconfortante en la medida en la que el humo atrapa y condensa las palabras. Las hace girar y ejercita mi mente. Mi mente que se atrapa. Se atrapa en el vicio de seguir buscando. En el ego de seguir sabiendo, de seguir para ver si a través de los límites de tal y tal frase puedo acometer yo heroico acto, o inocente gesto de sulfurar una frase, de un soplido de hierro, que duela, que erice, que haga producir la misma sensación que el resto de palabras me producen a mí. Como frío hielo, el café de mediodía estaba poco denso. Muy poco comparado con el resto de discursos que me leo, a diario, de camino al recreo, de camino a clase, de camino a casa, de camino a calle, de calle a casa, paredes grises, o rojas o azules o marrones. Vestir marrón. Me hace sentir confortable. Sensación reconfortante. La pérdida interior lo compensa este vicio. El vicio de la filosofía y las palabras. El vicio del humo del tabaco. El mismo vicio es el que me ampara. Vicio por vacío. La nebulosa que no me cede tiempo a mí mismo, a mi cuerpo, a mis colores, a mi curiosidad por emocionarme, por llevarme más allá de mis límites corporales, por salir de mi para ser alguien, otro o algo. La investigación pasa por un proceso mucho mayor que yo mismo. Pero a mí me gusta atraparlo. Atrapar la búsqueda como si me perteneciese, como si fuese parte de mis ramificaciones mentales, como si alguien pudiera encajarla…

Pero yo sí, lo hago. Lo hago porque hablo de ella, sin dejar que surja esporádica o espontáneamente. Mientras mi vida da vueltas en muchas otras cantinelas, mar de dudas y de revueltas. Quizá no entiendo ni yo qué hago… Sólo sé que tengo un vicio. Seguir aprendiendo. Ir más allá con las lecturas y lo que mi mente pueda pensar. Contra más conozco se hace más grande mi campo, las posibilidades de pensamiento aumentan. Ya no basta con tan extensa tradición sino que se me arremete todo con el cómputo de la contradicción contemporánea, de las complejidades, de la multiplicidad… ya no solo soy yo, somos todos… Ya no me sirve ser un genio con mal genio. Ya no me sirve declararme inepto de la vida y dedicarme a las palabras. Ya no me sirve ser poco honesto, o serlo mucho, o no serlo. Ya no me sirve más que moverme en este gris con poco más color que, que se ha vuelto este mundo de estupor en risas y sonrojos. Algún día fue más que eso. En qué lo hemos convertido.

Ya sólo queda imaginar…

Bajo árboles, bajo estrellas… esto sí. Conectar con la esencia divina de los bosques y encontrar tu propio ser refugiado en el confort del olor a lirio y las hojas volátiles. Encontrar tu naturaleza más allá de estas palabras mustias que me amargan la existencia, pero me envician como un hálito de viento, de soplo de letrina, de compost de lamento del angustiado. Parece un cuadro sobre un suplicio, un crucifijo puesto en mi espalda por voluntad propia, pues mi elección me hizo saberme listo, libre y limitado. Y todos mis límites, que sólo yo me he puesto por escéptico, son los que me hacen dudar de todo tanto que no me dejo, ser. Nunca. Jamás. Por ser filósofo. Me quedo, libremente estudiando con mis libros, olor a libros, olor a mustio, olor a barril y a tinta de letra. Olor a fatiga, olor a horas despierto. Olor a tabaco, olor entre vida y muerte. Vida medio muerta o muerte en vida. Ya sólo los demás como yo, los demás estudiantes profesores eruditos y maestros que sepan predecir y precisar con facilidad mi tacha, sabrán a lo que me refiero. Con esa amargor que persigue al filósofo, con ese marrón que es tan común. Negro, gris, negro. Muerte en vida. Vida medio muerta. Tuerta y con whisky. O algún ron. De calidad si es posible o no, qué más da, si eso depende de mi ideología, de mi prioridad. De eso depende el ritmo de mi vida, si me quiero menos o más… De eso depende que algún día decida salir de la nube de humo que es la filosofía. Nube de pensamiento irreal. Nube de palabras atormentadoras. Que a veces cargan y descargan sobre el resto, o sobre ti mismo. ¡Tus propias palabras! Menuda tempestad.

El problema de la filosofía actual es que no se sale del aburrimiento, que las ponencias atraen a moscas y los mosquitos vuelan alrededor, buscando carroña. El problema es la ausencia de corazón. La lacra, la tacha, el estigma. Me sale reconocer las siniestras voces de los que no ven la luz. El filósofo, yo, del metro a subsuelo aparco en el rincón de siempre para subir al aula sin ventanas, mal iluminadas, que dan a la clase que me ha tocado, mal construida, con cemento fresco y olor a humo de pared. Estos son los que pronto aprenderán de algo que yo, teóricamente, que no se nada, puedo saber más que ellos. ¿En qué he ganado todos estos años, en conocimiento?… De qué sirve eso. La sabiduría ancestral está perdida.

La experiencia no es real pues no se basa en absoluto en mi propia vida. Vivida por y para mi pensar. Y mi pensar… Además de cambiante y poco certero y sin sostén más que otras palabras de otros filósofos, más que humo y más humo, si intento aplicar algo tan irreconciliable con mis actos, se me va de las manos…, y todo por un vicio, el vicio de seguir oliendo el humo del tabaco, el humo de las palabras, el humo del café amargo, o muy dulce, compensando mi falta de afecto. O muy amargo, para sentirme un hombre rudo, falto de carencias. En ningún caso voy a reconocer mi vulnerabilidad. La tacha del filósofo. Esa es mi amargura. Tener un carácter firme ayuda…, pero no lo es todo. El ego hace gran parte del trabajo, pero cuando llevo un rato pensando me pierdo en el discurso, me pierdo entre mis ideas y las ideas de no cualquiera. De otro. De alguien. Y ya no sé quién soy yo. Y solo me queda entonces el confort de las palabras… De más palabras que me tranquilicen, un discurso, porque las entiendo y entender algo me hace sentirme cómodo. Sentirme cómodo es absolutamente total. Siento comodidad bebiendo un café que sé cómo me va a afectar. Sé las horas que debo dormir. O por el contrario valoro tan poco mi vida por mis propias ideas sobre ella que me pongo al límite, al borde de la muerte en cuanto puedo. Pero con miedo, siempre, claro. A pesar de retenerlo. Naufragio negro. Vida estuporosa. Escándalo impensado. Por compensación de pensar mucho. Demasiado, dice mi familia. Que no salgo de casa. Poco a poco. Paso a paso…

Y yo quisiera mirar las estrellas, quizá antes, un día más, antes de que mi vida acabe entre bombonas de humo antagónico, en pestes de uno, críticas al otro. Qué pesado debo resultar. O qué interesante. Ambos pensamientos me vienen a la cabeza… Pero, qué dicha la mía. Nunca avanzando en vida propia y dedicándome por completo a teorías faltas de sentido real… porque están tejidas entre cortinas de humo, que se desvanecen. Que las ancle algo real a tierra, eso es a veces… Pero su aplicación más inmediata siempre resulta desastrosa. El ejercicio de pensar es verde, pero yo, nosotros lo volvemos gris, quizá porque me gusta pensar desde la materia gris. Encasillado por completo… hasta hacerlo todo, aún, más complejo.

Viva el estoicismo y Diógenes el perro!

Hay algo dentro de mí a lo que nunca hago caso. Es como una voz de emoción callada, por costumbre, que me dice que desearía que volviesen las setas alucinógenas, las experiencias de éxtasis. El color a las vidas y los largos paseos en el bosque de noche. El pensar desde la nada, pero sabiéndolo todo, si es que eso es posible. Como salido de esa condición de amor en la que me encuentro cuando estoy rodeado de naturaleza, y a veces un par de hippies desconocidos a los que les gusta hacerse el chamán. Sacando de dentro y de fuera las respuestas. Como estoy haciendo ahora. O como no estoy haciendo. Pero luego hay otra parte más grande y más marrón, como mucha tierra junta que me dice que la estabilidad se gana paso a paso y sin salir de la rutina contra la que lucho, claro está, pensando. Que volando entre humo saldré de la madriguera. Pero sigo aquí. Me veo aquí, vamos, creo que no me moví nunca ensoñando como pensamiento. Dicen que los cuervos negros viajan, y que esos cuervos son personas ensoñando. Pero yo no me lo creo. Tampoco lo descarto. Sólo me mantengo en un punto medio, radical con lo que me parece adecuado y no demasiado transgresor, lo justo para ser validado en el exterior, y conservador en las facetas que más me convienen, pero sin resultar demasiado rígido. Siempre flexible, pero nunca cambiando de idea a la primera. Es un proceso lento, este…

A veces, jamás me había preguntado si mi cuerpo dice cosas… Escuchar el grito de las montañas verdes. Volar la intuición y sabiduría corporal. Sabiendo leerlo. Entender sus señales y actuar en consecuencia no sólo a lo que me parece mejor. O dejarme llevar, o no… Buscando en el reflejo del espejo en qué partes me encuentro, qué parte soy yo. O si soy algo de eso… dónde me llevan los límites.

Basta de periódicos! Me digo… mi vida es tan gris como lo gris que es la vida ya de por sí creada, y contra la que lucho. Basta de tugurios y de, poco amor y castraciones. Está llena la vida. Y a la vez es íntegra… Cómo cuesta ser íntegro con lo que uno piensa, a pesar de ser vida yo también. Lo peor de mi vicio es que muchas veces me quedo en un marco tan ambiguo de constante reconstrucción que me deja sin palabras, sin saber cómo actuar frente a tal suceso, o que quizá he pensado tanto que ya no resulto natural por ningún lado. Quizá me cueste encontrar mi propia naturalidad porque esta sea la propia indagación constante. Es por eso que prefiero no liarme con situaciones nuevas. Porque mi cuerpo a veces reacciona sólo, y yo a la vez soy muy autoexigente, para muchas cosas. Necesito tener claras ciertas cosas, primero, pues mi ego necesita sentirse seguro. Y luego, tranquilo, me digo, podrás volver al confort de las palabras. Sin presiones… Ya llegará.

Los libros, las palabras y las racionalidades que hieren las sensibilidades, que las acogen para llevarlas a

Dedicado a Rancière y todos los demás filósofos pesados y apestosos.

(estaba muy cabreada en el momento de escribirlo, es por ello que escribí desde la intensidad del fuego y no pido que se tomen tan en cuenta mis palabras como un sentimiento generalizado sino como una concreción temporal de lo que he percibido con el tiempo y la variedad de escenas en mi vida sobre este tema y su relación)


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